lunes, 8 de septiembre de 2008

DESARROLLISMO EN AMÉRICA LATINA



Reseña del capítulo 1 de José Antonio Ocampo (2005) “Globalización y desarrollo”; Alonso, JA y Garcimartín, C. (eds.), Comercio y desigualdad internacional, Catarata, Madrid; Págs. 15-44.

El autor sintetiza en la introducción de su trabajo su diagnóstico sobre la globalización y su relación con el comercio internacional; formulando una hipótesis (que compartimos): se puede construir un modelo alternativo de globalización al hegemónico y concentrado modelo neoliberal.
Aunque en epígrafe “Estrategias nacionales frente a la globalización” ofrece una serie de alternativas, éstas, por motivos que más adelante detallaremos, no terminan de confirmar aquella hipótesis –que nosotros/as compartimos-. Y creemos que esto se debe a un error lógico de la investigación de Ocampo: por un lado –correctamente- cuestiona el carácter universalista de las recetas neoliberales que se aplican en los ajustes estructurales de las economías en desarrollo; y por el otro, tanto su diagnóstico como sus estrategias alternativas –sobre todo, el primero-, tampoco tienen en cuenta, amén de los enunciados, la complejidad de las estructuras sociales, políticas y económicas de los distintos países estudiados. Y decimos “estructuras sociales, políticas y económicas”, ya que, al menos, Ocampo propone una mayor relación entre estos tres campos disciplinares de la investigación social.
Consideramos que ese error lógico está causado por la utilización de un modelo analítico economicista y euro céntrico: el estructuralismo de la CEPAL. El mismo -hegemónico para estudiar las asimetrías en el desarrollo de los países del Continente Americano en los ’50-, ha sido superado incluso por un gran número de economistas de aquella institución dependiente de la OEA desde los ’80.

Así, en el primer epígrafe, dedicado las “Disparidades históricas mundiales” –en el que se analizan los ciclos más constantes de divergencia entre Norte y Sur, e incluso al interior de los países industrializados-, Ocampo denomina al ciclo de aumento de desigualdades existente entre mediados del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial como “la primera fase de la globalización”. Al de mejora significativa en la distribución del ingreso que le siguió entre 1914 y 1950, como “período de retroceso del proceso de globalización”. De esta forma, por un lado, se cae en el error de confundir, como lo hacen otros economistas de la CEPAL que nos merecen todo nuestro respeto –Aldo Ferrer, por ejemplo- y otros intelectuales estructuralistas, dos modos de acumulación bien diferentes dentro del modo de producción capitalista: el imperialismo –basado en las teorías de las ventajas comparativas y de la división internacional del trabajo, de Ricardo-, y la globalización –fundamentada en el neoliberalismo como modelo económico hegemónico tras la crisis del keynesianismo luego de las subidas del precio del petróleo entre 1972 y 1973-. Pero incluso, algunos estructuralistas llegan a confundir el colonialismo con el imperialismo y la globalización, a pesar de ser el primero una forma de mercado internacional propio de modos de producción precapitalistas.
Por el otro, tanto en esos ciclos como a la hora de describir otras realidades económicas nacionales o regionales –y probablemente, en el contexto del análisis estructuralista, por atender tanto los ciclos del comercio exterior descuidando la responsabilidad de las oligarquías y los gobiernos nacionales en las disparidades-, el autor no tiene en cuenta las especificidades estructurales e institucionales en su diagnóstico.

Y es que, a la hora de trazar alternativas, Ocampo, desdiciéndose de su planteo de trazar estrategias que no sean universales como las neoliberales, dice que “es útil pensar que se trata de un sistema en que las oportunidades están distribuidas en forma dispareja entre el centro de la economía mundial y su periferia”. De esta forma, su análisis se reduce al estructuralismo del Raúl Prebisch de 1950 –qué duda cave, alternativo en su día-, pero que se basa en las “ventajas comparativas” y la “división internacional del trabajo” –como vimos, propios de las teorías de Ricardo-, para sostener la necesidad de nivelar las oportunidades de industrialización entre centro y periferia, y especializar luego las manufacturas en ésta al mercado interno.
Esto ocurre también con la transformación del modelo de acumulación capitalista basado en el desarrollo de la I+D+i, su aplicación mediante el desarrollo de las TIC, y la exportación de las mismas, que son alternativas hoy en auge en países como Brasil, Sudáfrica, India, China, Chile o la Argentina, y desconocidas por el autor. Por el contrario, en el punto dedicado a un “Mejor orden global”, cuando aborda “Tres objetivos esenciales de la cooperación internacional” -y sobre todo en el último: “Superar gradualmente las asimetrías que caracterizan al sistema económico mundial”-, el autor redunda en recetas alternativas de tipo universal.
En el epígrafe destinado a las “Frustraciones latinoamericanas recientes”, se realiza un diagnóstico correcto de las mismas. Sin embargo, el gran déficit analítico del capítulo de Ocampo destinado a la “globalización y desarrollo” es excluir el fenómeno de la deuda externa y su incidencia en los ajustes estructurales y los problemas de financiamiento de políticas sociales.

Cuando en su último epígrafe el autor desarrolla “Estrategias nacionales frente a la globalización”, insistiendo en que “En ninguno de estos campos existen modelos de validez universal”; y luego de centrarse en “Una visión amplia de la estabilidad macroeconómica y el papel de las políticas anticíclicas”; en que “Las políticas macroeconómicas no son suficientes: el papel de las estrategias de desarrollo productivo”; y en “Mejorar los encadenamientos sociales”; y al abordar la necesidad de “Lograr un equilibrio adecuado entre los intereses públicos y privados”, se dice que no se busca “interferir en el funcionamiento del mercado” –como si tal cosa fuera un pecado-, obviando la función –incluso reconocida por uno de los padres del liberalismo como Locke- que tiene el Estado de regular al mercado disciplinándolo. Ver: EL ESTADO BUROCRÁTICO AUTORITARIO. Triunfos, derrotas y crisis, (O’DONNELL, G.), Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1982-1996, 499 pp).
Incluso en situaciones como las vividas actualmente en la Argentina, con un crecimiento del PIB sostenido y estructural que le ha permitido salir de la crisis endémica a la que le había llevado las recetas neoliberales; recetas que ya no necesita aplicar al haber utilizado una parte importante de su tesorería pública en saldar su deuda externa (o al menos el capital de la misma); y usando otra parte importante de esos ingresos del Estado –importantes por aquel crecimiento que sigue basado en la AGROEXPORTACIÓN en el contexto de un ciclo favorable por el alza de esos precios- en contener la inflación (comprando dólares estadounidenses todas las semanas), o en modernizar algunas infraestructuras básicas como la de los transportes; resulta bastante frívolo (por ser educados) pensar en trenes de alta velocidad toda vez que las prestaciones sociales al desempleo son tan bajas, o la alta burguesía continúa comporta de forma nada schumpetteriana como en el caso paradigmático de la industria automovilística –tan diferente a su vecina brasileña-, con el mismo menosprecio hacia los consumidores que tenía antes de la paridad neoliberal peso-dólar. Ver, por ejemplo: “El tango del auto viejo” (REBOSSIO, A.), en “Motor”, Pág. 12, El País, 06/09/08.

Pensamos que la política –incluida, obviamente, la económica- debe tener un papel preponderante frente al mercado; y a la sociedad civil donde éste radica. Por eso, creemos que autores como Ocampo debieran tener, por un lado, más cuidado a la hora de valorar más los espacios públicos de la sociedad civil, sin molestarse en definir características democráticas para los mismos, como la transparencia o la democracia de sus estructuras de funcionamiento; ya que a esta altura se cuenta con suficiente experiencia en participación política no formal en los mismos como para plantear el tema. Y por otro lado, en función de ese rol que debe jugar el Estado ¿qué tienen de malo los espacios públicos estatales en aquel equilibrio? Algunos casos en todo el mundo demuestran a lo largo de la historia del capitalismo que, tanto ese equilibrio como aquella disciplina sobre el mercado desde el Estado, son posibles y positivos para la convergencia entre globalización y una mayor igualdad en los ingresos.

No hay comentarios: